Todo el mundo sabe que Rocinante era, es y será el caballo de Don Quijote.
Pero… ¿Sabrías decir los dueños de Babieca, Balio, Bucéfalo, Genitor, Plata, Strategos y Tornado?
Todo el mundo sabe que Rocinante era, es y será el caballo de Don Quijote.
Pero… ¿Sabrías decir los dueños de Babieca, Balio, Bucéfalo, Genitor, Plata, Strategos y Tornado?
Los anticarienses, maños, pacenses, bilbilitanos, cariocas, mirobrigenses, castúos, majoreros, hierosolimitanos y chicharreros.
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Cuando Juan era chico le encantaban los circos, y lo que más le gustaba eran los animales.
Le llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacÃa despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centÃmetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, le parecÃa obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de tajo con su propia fuerza, podrÃa, con facilidad, arrancar la estaca y huir.
El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando tenÃa cinco o seis años, preguntó a muchos por el misterio del elefante. Alguno de ellos le explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.
Hizo entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?
No recuerda haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo olvidó el misterio del elefante y la estaca… Hace algunos años descubrió que alguien habÃa sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: «El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño».
Cerró los ojos y se imaginó al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Está seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo.
La estaca era ciertamente muy fuerte para él……jurarÃa que se durmió agotado y que al dÃa siguiente volvió a probar, y también al otro y al que seguÃa…hasta que un dÃa, un terrible dÃa para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa porque CREE QUE NO PUEDE. Tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… Jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez…
Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas «no podemos hacer» simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo «no puedo… no puedo y nunca podré», perdiendo una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: Creer en sà mismo.